Palabras de AMOR en lunes. Por María Eugenia Manzano

«Que el hombre ha nacido para la felicidad, cierto es que toda la naturaleza lo enseña.» (André Gide)
Lunes, primero de octubre. Cuando una empieza el otoño rodeada de seres extraordinarios, hombres vulnerables y sensibles y mujeres poderosas danzando en medio del bosque, bajo la luna de la cosecha, sólo puede detenerse y mostrar su gratitud a la estación que comienza.
Cultivos con horizontes nuevos. Un óscar por recoger, proyectarlo en el jardín. Acceso a la habitación secreta donde se bailan los sueños. Transformar el salón de casa para llenarlo de lienzos, o crear un menú del día, quién sabe dónde ni cuándo, titulado Ikigai hoy. Coger otra vez saltamontes porque se camina más lento, o abrise en canal, respirar y llegar al éxtasis cósmico con la punta de los dedos tan sólo cerrando los ojos. Viajar con mochila nueva a otros mundos, hija y madre, madre e hija, llena de ondulantes rizos, o a una playa haciendo el pino, aprendiendo a danzar contact. Doblar el mapa y juntar Asturias con El Palmar, mezclando chancla y tacón. Encontrar la paz en tus ojos, en esa belleza interior que irradias, sin querer, hacia afuera, aunque tú no te des cuenta, o quieras que no se note. Más deprisa o más despacio, salir de la senda aprendida para encontrar al abuelo, al olor de esa paella… y tú, mujer transparente, digna de tu linaje, preciosa, no dejes de creer en tus sueños y acuérdate de las bragas. O déjalas donde quieras, donde digas tú. Hazte caso. Si es que sólo puedo gritar hoy que ¡D’Agustto con vosotros!
Y para los capitanes del barco, sobran palabras, no encuentro cómo reconocer tanto amor, su generosidad, la apertura, su entrega sin esperar de vuelta y el permiso inyectado en vena. Oro puro, cuatro H’s. Gracias por abrir camino.
Lunáticos y lunáticas, ahí fuera se nos espera. Revolución necesaria, ya no existe el paso atrás en nuestro acto de soberanía. Ya nadie nos compra barato. En los carteles de las cocinas de Auschwitz los nazis tenían escrito que «Hay un camino hacia la libertad. Sus hitos se llaman obediencia, laboriosidad, limpieza, honradez, sinceridad y amor a la patria”. ¡A grafitearlos todos! Nosotros no callaremos ni seguiremos al rebaño.
¡Que la Revolución se mueva al son de la Carrá o del Rutty, da igual! Tú no dejes de bailar… Y que este lunes sea bueno. Algo nuevo ha comenzado y no nos podrán parar.


La lección de Van Gogh: mirar al cielo
Christophe André, en su libro El Arte de la felicidad. ‘Primera lección’

Sequi naturam, sigue a la naturaleza.
Los filósofos de la Antigüedad comprendieron perfectamente que existe un vínculo orgánico entre la felicidad y la naturaleza.
Esto explica, sin duda, que el hombre siempre ha imaginado el paraíso como un jardín y no como un palacio. Etimológicamente, la palabra procede del persa pari-deiza, que ha derivado en paradeisos en griego, y remite a la idea de un oasis rodeado de murallas, protegido de los vientos abrasadores del desierto: la felicidad es tan frágil…
La naturaleza nos ayuda a comprender la felicidad y a acercarnos a ella de múltiples maneras. Nos permite un apego apacible y ancestral al mundo complejo que nos rodea: permanencia del retorno de las estaciones, cuasi inmutabilidad de los paisajes que nos agradan, vínculos armoniosos entre plantas y animales. Nos enseña a no esperar nada preciso: sólo estar ahí y aprovecharla.
La naturaleza procura una armonía por conexión y por pertenencia: simplemente, sentirse vivo entre todas las formas de la vida y comprender que es una suerte.
Disfrutar de la felicidad elemental de existir…
(…)
La felicidad al completo se origina en tales momentos de gracia. Detenerse, callar; observar, escuchar, respirar. Admirar.
Acoger las alegrías que están naciendo. Esforzarse tranquilamente para percibirlas dondequiera que se encuentren.
Esta es la primera y primordial lección del Arte de la Felicidad.

Un comentario

  1. Hoy como siempre texto enriquecedor
    Y me quedo con la definición para describir el paraíso como jardín, y no como un gran palacio amurallado
    Perfecto.
    Porque cada día nos encerramos más con la soledad, sin recompensa

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