No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche. Albert Camus.
Lunes, 22 de septiembre.
Comienza el otoño. Hoy, al caer la tarde, sucederá el equinoccio, ese momento preciso en el que el día y la noche tienen la misma duración en todo el mundo. «El Sol sobre el ecuador, repartiendo la luz solar de manera equilibrada entre los dos hemisferios» leo en algún lugar, y pienso que eso será lo único que se reparte por igual en este planeta (y sólo dura un instante). Es tiempo de recoger el verano, de saborear el calor y lo que dejaron los días largos, y de preparar las maletas para la siguiente etapa del viaje.
Hay quien dice que la felicidad es «ese verano que ni siquiera recuerdas», tal vez porque eras muy joven, o demasiado viejo, o entrado en años ya, pero sabes que fue tu verano porque acudes a él siempre que quieres recordar esos días que concentran en la memoria todos los placeres sensoriales en armonía con la vida. Por eso, para muchos como yo, este verano no será uno de esos. El verano de 2025 tendrá para siempre un sabor cuando menos agridulce, cruel me atrevo a decir, fruto del profundo deshonor y la vergüenza indescriptible que nos dejará haber presenciado cadáveres de niños hambrientos bombardeados, un exterminio sin enredos en la semántica y ser testigos de una masacre de la que ya no vale apartar la mirada y a la que volveremos siempre que recordemos este verano. La Europa de Thomas Mann y de Stefan Zweig, congelada ante la barbarie. Sus políticos, enmascarando su mala conciencia o ni siquiera eso. El infierno a pocos kilómetros no parece quemarnos tanto. Pero alguien nos preguntará algún día ¿y tú qué hiciste? y no podremos evitar la respuesta. Llevo meses queriendo escribir esto, además de lo demás. Que el verano que se va me dejó compasión y éxtasis, oráculo donde mirarme, mares donde navegar contigo, tardes al fresco, baile en la plaza, mis padres y mis hijos cerca, el mejor festival de mi vida, viajes a deshora de auténtica verdad… pero también una gran mancha que permanecerá en mi memoria.
Hoy celebraré un pequeño ritual conmigo y escucharé a Vivaldi. Entre sus cuatro estaciones, el otoño y el invierno han sido siempre mis preferidas. El verano me resulta estridente y la primavera empalagosa. Quien vaya a entrar en estos meses con cierta melancolía, que oiga. La alegría detrás de sus notas. Y desde ahí, hagamos lo que podamos. Todo lo mejor que podamos, en cada escena que libremos. Por más que trato de habitar los bordes, hay asuntos que no tienen dos lados. O yo, al menos, no los encuentro. Hoy daré la bienvenida al otoño y rezaré por la paz.
Christophe André
El arte de la felicidad (fragmento)
¿Cómo mantener, en el fondo de nosotros mismos, la posibilidad de que regrese la felicidad, cómo dar una oportunidad a «esa pasión de vivir que crece en el seno de las grandes desdichas»? Aferrándose a la vida sin discusión. Los testimonios de quienes han conocido los campos de concentración, los lugares de desdicha más terribles, constituyen la prueba última de la inteligencia de la vida en los seres humanos. Esto es lo que dice al respecto Primo Levi, que sobrevivió al infierno: No sabría hallar justificación para esta confianza en el futuro del hombre que me invade. Es posible que no sea racional. Pero la desesperación sí es racional: no resuelve ningún problema, incluso crea más; y, por naturaleza, es un sufrimiento. Y esto es lo que escribe Etty Hillseum, que no logró sobrevivir, pero que vivió sus últimos días con una fe impresionante: Dios mío, esta época es demasiado dura para los seres frágiles como yo. Después, lo sé, llegará otra época mucho más humana. Me gustaría tanto sobrevivir para transmitir a esta nueva época toda la humanidad que he conservado en mí a pesar de los hechos que tengo que presenciar cada día… También es nuestra única manera de preparar los nuevos tiempos: prepararlos ya en nuestro interior. ¿Cómo ser tan orgulloso como para no escuchar los mensajes de estos excepcionales hermanos y hermanas en la humildad? ¿Y dónde encontrar mejores motivos para seguir viviendo a pesar de todo?