La crisis política actual. Por Ángel Luis Jiménez

Tras haber vivido el año más cálido de nuestras vidas, uno lleva la ecoansiedad como buenamente puede. Así que, he leído la guía de libros de Silvia Hernando y Federico Simón en Babelia para entender dónde estamos en relación con la crisis del cambio climático y sus consecuencias, porque como dice Noam Choski, “la población en general no sabe lo que está ocurriendo, y ni siquiera sabe que no lo sabe”.

Por eso, es hora de saber y hacer balance filosófico y político de esta secuencia tan triste que estamos viviendo. Solo mediante el análisis preciso del antiprogresismo y antirracionalismo, que está poniendo en riesgo los avances democráticos vividos en las últimas décadas y su reemplazo por los valores más retrógrados de las fuerzas de la ultra derecha, podremos darnos los medios para comprender este fenómeno ideológico.

Este balance es indispensable para lograr la reconstrucción de un proyecto de emancipación lo más ampliamente compartible. Pues, para encarar las luchas del futuro, resulta necesario poseer bases teóricas solidas. En este sentido resulta indispensable reconectar con la herencia de la Ilustración y de la Revolución francesa y sus Derechos del Hombre, no ya como un horizonte insuperable, sino como una base para enfrentarnos mejor a los desafíos del presente.

Porque esta crisis del cambio climático define globalmente nuestro presente. Y la crisis política que existe en España, debe explicarse por la intensidad de un cambio generacional que apenas ha sido advertido. El espléndido ensayo “El peso del tiempo” de Oriol Bartomeus (Destino, 2023) aporta claves interpretativas sobre cómo es España hoy, pero también por qué la política se parece cada vez menos a la de ayer.

La tesis generacional no resultará nueva, ya aparecía en obras como “La crisis de representación en España” de Ignacio Urquizu o “La perestroika de Felipe VI” de Jaime Miquel. La aportación de Bartomeus es la explicación social al cambio mediante factores como la relación con la familia, la coyuntura económica o la tecnología.

El autor aporta también un interesante argumento psicosocial, entre otros, sobre la volatilidad del voto actual: En un mundo donde las aplicaciones móviles permiten ir “para atrás” o “borrar”, los nuevos ciudadanos están dispuestos a arriesgar más en su voto porque saben que podrán cambiarlo en la siguiente convocatoria, incluso, cuando apuestan por el populismo o la ultraderecha.

Sin embargo, el razonamiento de Bartomeus admite contestación. Si sólo asumiéramos que hay necesidad de satisfacción inmediata o ganas de probar detrás de ciertas decisiones, obviaríamos que las nuevas generaciones podrían estar atravesadas por una reacción al ideal de progreso -algo que el autor reconoce cuando dice que la democracia no tiene porqué hacer demócratas-.

Esto mismo se aplicaría a la generación de la posguerra o de los primeros boomers (los nacidos entre 1946 y 1964). Aunque su fidelidad de voto era fruto de un contexto vital, donde elegían menos y sentían mayor vinculación con sus partidos. Ahora no podemos ignorar la importancia decisiva del miedo, cuando antes era el de la esperanza.

Los nuevos líderes ultras basan su sex-appeal electoral en la legitimación del miedo, el odio y la violencia. En la actualidad mucha gente puedes sacar a pasear su bestia interior creyendo que eso les convierte en superhéroes, porque el miedo y el odio son sentimientos poderosos, pero hay y ha habido momentos en la historia donde la democracia se ha impuesto al miedo.

De hecho, la estabilidad de nuestro sistema hasta 2015 -eso que Podemos llamó el “régimen del 78″- se sustentó en parte porque una generación vivió un periodo no democrático y prefería no arriesgarse a experimentos. Incluso porque todavía hay algo que conservar: un Estado de bienestar con un gasto decisivo en los mayores.

En resumen, el libro de Bertomeus es estimulante. Permite hacerse preguntas y entender lo que ocurre, por tanto, se vuelve lectura obligada sobre ciencia política para cualquier estudiante, analista en medios o ciudadano con conciencia crítica. A menudo no vemos el peso del tiempo, pero explica dónde estamos políticamente y dónde estaremos en el futuro. El caso es que a no todas las generaciones les pesa igual su tiempo.

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