Palabras de AMOR en lunes. Por María Eugenia Manzano

«De vino, de poesía o de virtud, de lo que te plazca. Embriágate«.
Se pusieron en camino y subieron la colina. Fueron llegando despacio. Primero, los dos Migueles, uno mirando el reloj y el otro hacia el horizonte. Belén y Carmen, Elena. Mandálicas y libres, bellas, y Ainhara, la de la piel suave. Alicia efluvia, Marta Adhaya, Esteban con las alpacas. María del Mar bajo el árbol entonaba melodías mientras Leire, Irene y Mamen danzaban en Galilea. La tarde a favor, viento en calma, llegó Pedro con la moto. Y Andrea con su tirso de flores, y Manu, ningún pudor, con el corazón en los vórtices. Lola y Carmen, Vinia y Nines, Carmelo el flexible y un canto elevándose a los dioses en la noche de Los Baños. Faltaban Cristina y Chema, y no me olvido de Carlos, masculino femenino, baile sutil. Sus manos.

Dionysos nos convocó. Ven, nos dijo, y allí estábamos. Ofrenda de placer y éxtasis, de sufrimiento, de gozo, antes de entrar en su templo y alzar el cáliz sagrado en su nombre y en el nuestro. Invocando protección, ¡Dios nos salve!, rendidos ante sus pies. Ritual de entrega, deleite. Si los dioses nos envidian es porque somos mortales.
¿Qué desató tu fuego? Tal vez la siesta divina, el goce de la piel con la piel. Augurios, Idus de julio, el grito sin ahogar de un niño y de pronto el humo negro. La plegaria de las ménades se elevó sobre el océano y e invocó con llanto y agua al cielo protector del Estrecho. Ave Fénix, cesó el viento. Los druidas de ManiManá oficiaron sortilegio y Apolo junto a su hermano supo contener el juego.
Ven, dijiste, y aquí estamos. Dionysos en su apogeo. Dani con el cable de luces, Mónica con su canto. Carlos, danza de vientre, y el maestro Víctor enhebrando su aguja de tejer familia con un hilo de milagros.
Ahora sí, hermanos y hermanas, ¡brindemos por por el hijo de Zeus!
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Hay que estar siempre ebrio. Todo se reduce a eso; es la única cuestión. Para no sentir la horrible carga del Tiempo, que aplasta tus hombros y te inclina hacia la tierra, es preciso que te embriagues sin tregua.
Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, de lo que te plazca. Pero embriágate.
Y si alguna vez, en los escalones de un palacio, sobre la hierba verde de un foso o en la soledad sombría de tu habitación despiertas, menguada ya o disipada ya la embriaguez, pregunta al viento, a la ola, a la estrella, al ave, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta o a todo lo que habla, pregúntale qué hora es. Y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj te contestarán:
-¡Es la hora de embriagarse! Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo, embriágate; ¡embriágate sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, de lo que te plazca.
Charles Baudelaire
De: «Pequeños poemas en prosa o Spleen de París» – 1862

 

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